¿Es seguro el aire que respiramos?
Soluciones para tratar el problema de los contaminantes en el aire interior
El aire es indispensable para la vida. Una persona puede sobrevivir 30 días sin comer, alrededor de tres días sin beber, pero solo unos pocos minutos sin respirar. En promedio, inhalamos un poco más de 10 metros cúbicos de aire por día1 y, con cada inspiración, no solo incorporamos el indispensable oxígeno sino también otros elementos tales como polvo, humo, productos químicos, microorganismos y una gran variedad de partículas y contaminantes que flotan en el aire.
La Agencia de Protección Ambiental de los EE.UU. (EPA) calificó a los contaminantes del aire interior, con excepción del radón, como el tercero más alto entre 30 riesgos ambientales, incluidas las exposiciones ocupacionales a sustancias químicas2.
Habitualmente se cree que los problemas de salud relacionados con la calidad del aire interior comenzó en las oficinas de la década del 70 cuando, en pleno auge de la crisis del petróleo, se impulsaron diversas estrategias para reducir los costos energéticos: restricción en la toma de aire exterior para renovación en los sistemas de aire acondicionado, hermeticidad de las aberturas, etc. Pero la realidad es que, desde hace siglos, se conoce el estrecho vínculo que existe entre la calidad del aire y el bienestar. Mucho antes de que la teoría de los gérmenes iniciada por Pasteur y Koch a fines del siglo XIX condujera al reconocimiento de la existencia de microorganismos patógenos, los llamados ‘vapores fétidos’ se relacionaban con la transmisión de enfermedades infecciosas.
Hoy en día, después de un año de padecer la pandemia de COVID-19, ya todos sabemos que la transmisión aérea de microorganismos –los denominados ‘bioaerosoles’– puede causar serios problemas de salud, especialmente en espacios cerrados con mucha gente y poca ventilación. Pero también existe una gran variedad de componentes químicos, junto con sustancias en suspensión, a los que tenemos que prestarles atención para contar con una buena calidad del aire interior.
El origen de los contaminantes
El origen de la baja calidad del aire interior en las oficinas lo encontramos mayormente en los ambientes herméticamente cerrados y con poco aporte de aire exterior. Dado que pasamos aproximadamente el 90 por ciento del tiempo dentro de espacios construidos, la exposición por inhalación a los contaminantes del aire interior puede provocar una variedad de problemas de salud.
En su norma 62-2004, ASHRAE (American Society of Heating, Refrigerating and Air-conditioning Engineers) define así una buena calidad de aire interior: ‘el aire en el cual no existan contaminantes conocidos en concentraciones dañinas, reconocidas por autoridades locales y en el cual una sustancial mayoría de las personas a él expuestas (más del 80 por ciento) no expresen insatisfacción.’
Algunos de estos contaminantes pueden estar constituidos por partículas, material biológico, componentes orgánicos volátiles (COV), sustancias químicas en el aire, radón, etc. Entre los productos que pueden producir emisiones se incluyen materiales tan variados como los utilizados en muebles, revestimientos de pisos, placas de techo, pinturas, adhesivos, selladores y también materiales usados en los sistemas de ventilación, aislantes acústicos, térmicos o de incendios. Aquellos que se utilizan en mayor cantidad o que tienen tasas de emisión más elevadas representan el mayor peligro. Pero también pueden darse emisiones de amoníaco, compuestos metálicos e, incluso, fibras.
Un estudio de EPA identificó una serie de posibles fuentes de contaminación del aire presentes en las actividades diarias de las personas: materiales comunes que están en casi todos los lugares de trabajo y que pueden causar una exposición elevada a químicos tóxicos (se encontró que cada material puede emitir entre 10 a 100 compuestos orgánicos volátiles).3
Además, está presente el riesgo de los contaminantes biológicos. Muchos virus respiratorios se transmiten de persona a persona, especialmente en espacios cerrados con mucha gente y ventilación inadecuada. Toser, reír y estornudar pueden descargar al aire decenas de miles de gotitas llenas de virus capaces de propagar enfermedades tales como el actual coronavirus que produce el COVID-19.
De acuerdo con el World Green Building Council, los edificios juegan un papel crucial en la minimización de la transmisión viral de COVID-19. De hecho, un estudio reciente sugiere que mejorar la ventilación –y, por ende, la calidad del aire interior– reduce la transmisión del virus de la influenza por aerosoles, una estrategia relativamente simple que podría ser tan eficaz como vacunar al 50-60 por ciento de la población4. En este sentido, la Organización Mundial de la Salud también recomienda la implementación de una filtración de alta calidad (MERV 13 o superior), con lo que se podría reducir el riesgo de infecciones entre un 31 por ciento y 47 por ciento5.
A diferencia de los virus, las bacterias y los hongos pueden proliferar en los materiales de construcción si hay humedad suficiente, especialmente en los sistemas mecánicos de tratamiento del aire. Las condiciones que permiten un crecimiento excesivo de microorganismos (algunos potencialmente muy peligrosos, como la Legionella) pueden hacer que surjan riesgos importantes para la salud de las personas.
Los síntomas de exposición a los contaminantes del aire interior pueden incluir desde dolores de cabeza, garganta seca, irritación de los ojos o secreción nasal, hasta ataques de asma, infecciones víricas y bacterianas, intoxicación por monóxido de carbono y cáncer, entre otras. También se ha observado un aumento del riesgo de eventos cardiovasculares tales como trombosis, arritmias, vasoconstricción arterial aguda, respuestas inflamatorias sistémicas y la aparición crónica de la aterosclerosis6.
Los edificios también se enferman
En 1982 la Organización Mundial de la Salud reconoció la existencia del denominado Síndrome del Edificio Enfermo (SEE), definido así cuando más del 20 por ciento de los ocupantes de un edificio registran síntomas de malestar sin que se pueda diagnosticar clínicamente una enfermedad, pues el malestar desaparece cuando los afectados abandonan el inmueble.
Es en los años 70 cuando se comienza a hablar de esta patología y aparecen los primeros estudios que mencionan un aumento de síntomas particulares en trabajadores de ciertos edificios y oficinas tales como irritación de ojos, nariz y garganta, dificultad para concentrarse y pensar con claridad, dolor de cabeza, fatiga, letargo e irritación de la piel y erupciones, así como malestar general.
Esta sintomatología es más frecuente en ocupantes de construcciones herméticas y con sistemas de ventilación centralizada. De hecho, un informe del Comité de la Organización Mundial de la Salud de 1984 sugirió que hasta el 30 por ciento de los edificios nuevos y remodelados en todo el mundo pueden ser objeto de quejas excesivas relacionadas con la calidad del aire interior7.
El SEE aqueja especialmente a aquellos individuos sensibles a determinados compuestos químicos, aun a niveles de exposición extremadamente bajos. La exposición a cualquiera de estas sustancias da comienzo a una reacción en cadena que expande el espectro de compuestos a los que el individuo es sensible. La exposición prolongada a concentraciones muy bajas de contaminantes mezclados tiene como efecto sinérgico el SEE.
Estrategias para lograr una buena calidad del aire interior
De todo lo dicho anteriormente, resulta evidente que el impacto de mejorar la calidad del aire interior es imprescindible para tener una fuerza laboral saludable. De hecho, los sistemas de certificación de edificios más reconocidos (LEED, WELL) lo tienen entre sus requisitos.
Pero, aunque no existe una única solución para tratar el problema de los contaminantes en el aire interior, las fuentes pueden ser controladas utilizando los siguientes métodos8:
→ Eliminación. Eliminar la fuente es el método ideal para controlar la calidad del aire cuando se conoce el origen de la contaminación. En cuanto a los materiales utilizados en el espacio de trabajo, se tendrá siempre en cuenta la influencia que pueden tener los existentes y evaluar su reemplazo en caso de constatarse emisiones nocivas para la salud.
Al mismo tiempo, para evitar la proliferación de mohos, hongos y bacterias es fundamental evitar la humedad. Para ello será necesario minimizar el vapor de agua mediante deshumidificadores, así como diseñar y construir la envolvente del edificio y los sistemas HVAC para limitar los problemas de infiltración y humedad.
→ Ventilación. Mejorar la ventilación natural tiene como finalidad diluir la concentración de los contaminantes sustituyendo el aire interior por aire exterior sin tratamiento alguno. Como el aire debe estar en movimiento, puede ayudarse mediante el uso de ventiladores estratégicamente ubicados. Cuando las condiciones en el exterior o el diseño del edificio no lo permitan, la renovación deberá ser mecánica de acuerdo con el volumen del espacio, la temperatura y el ratio de ocupación.
Los sensores de CO2 también serán de gran ayuda para indicar cuándo hay que incrementar la ventilación, sobre todo en lugares con alta concurrencia de gente.
→ Limpieza. La limpieza del aire se puede hacer a través del uso de filtros adecuados según su eficacia, su capacidad para acumular partículas y el nivel exigido de pureza del aire. Se recomienda el uso de filtros HEPA, MERV 13 o superior, especialmente en esta era de pandemia. Es importante que se mantengan siempre limpios.
También se pueden considerar los sistemas portátiles de filtración de partículas de alta eficiencia para ayudar a mejorar la limpieza del aire. Estos ofrecen la ventaja de poder instalarse libremente en edificios existentes. Algunos de estos dispositivos utilizan el principio de precipitación electrostática combinado con medios de captura mecánica para mejorar su eficiencia.
Dado que en los equipos de climatización los mohos y algunas bacterias pueden proliferar durante años en la serpentina de enfriamiento para luego distribuirse por todo el ambiente a través de la corriente de aire, es imprescindible la limpieza periódica de la instalación. También puede resultar útil el apoyo de dispositivos de rayos ultravioleta (UVGI) para combatirlos.
→ Monitoreo. Inspeccionar e identificar aquellos elementos que están en mal estado para implementar medidas correctivas ayudará a mantener el aire interior en óptimas condiciones. De esta forma, se minimiza la exposición de las personas a contaminantes dañinos con el fin de maximizar los beneficios para la productividad, el bienestar y la salud.
Referencias:
1 AMELIN, A. (2014): “The Air in Our Cities Must Be Pure and Clean”.
2 STETZENBACH, L. et al. (2004): “Microorganisms, Mold and Indoor Air Quality”. American Society for Microbiology.
3 WALLACE L. et al. (1987): “Emissions of volatile organic compounds from building materials and consumer products“.
4 SMIESZEK, T. et al. (2019): “Assessing the Dynamics and Control of Droplet- and Aerosol-Transmitted Influenza Using an Indoor Positioning System”. Scientific Reports.
5 AZIMI, P. & STEPHENS, B. (2013): “HVAC filtration for controlling infectious airborne disease transmission in indoor environments: Predicting risk reductions and operational costs”. Building and Environment
6 BROOK R. D. et al. (2004): “Air Pollution and Cardiovascular Disease”.
7 EPA (1991): “Sick Building Syndrome”.
8 ASHRAE (2020): “Position Document on Indoor Air Quality”.
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