Mitos y verdades sobre el lugar de trabajo
Hasta hace un tiempo, la expresión “ir al trabajo” nos remitía sin ninguna duda a un ámbito físico: la oficina. La idea de salir de casa para llegar a un espacio donde esperaban “mi” despacho y “mi” escritorio era un concepto hondamente arraigado. Sin embargo, los profundos cambios que se han producido en los últimos años en las esferas tecnológica, económica y social han hecho que “ir al trabajo” adquiera un nuevo significado. El trabajo ya no es sinónimo de espacio físico; está donde el trabajador se encuentra.
En la actualidad, muchas cosas han cambiado. Las tendencias que estaban dominando las transformaciones en el lugar de trabajo se han acelerado rápidamente producto de la emergencia sanitaria que produjo la pandemia de COVID-19. El panorama actual de la región indica que un alto porcentaje de trabajadores llevan adelante sus tareas desde sus hogares mientras que, a medida que ceden las restricciones, otros comienzan a poblar las oficinas.
Dentro de este contexto de gran incertidumbre han empezado a aparecer las primeras controversias y revisiones sobre el espacio de trabajo. Comentarios y afirmaciones sobre las tendencias actuales y por venir, predicciones acerca del futuro de la oficina y encuestas de todo tipo junto con toda clase de opiniones se solapan unos a otros con gran rapidez.
Todo este ruido informativo (mucho del cual está basado en afirmaciones que se presentan con el peso de una verdad irrefutable pero que, a veces, cuentan con poca o dudosa evidencia que lo respalde) sumado a algunas de nuestras más arraigadas creencias sobre el lugar de trabajo, merecen ser revisados. Separar la paja del trigo resultará indispensable para tomar las mejores decisiones en este presente incierto.
¿Cuántos de estos argumentos son verdades sólidamente fundadas y cuántos son simples mitos y creencias?
No todo lo que reluce es verdad
Todos los días nos enfrentamos con afirmaciones que, después de una exposición repetida, aceptamos como verdades incuestionables. Aun si la fuente de la que proceden no luce totalmente confiable pero parece haber consenso entre pares, las declaraciones se hacen cada vez más creíbles y el proceso se expande hasta que la afirmación adquiere la apariencia de un hecho indiscutible aunque no lo hayamos comprobado.
¿Por qué ocurre esto? La ciencia nos revela que la información repetida a lo largo del tiempo es más fácil de procesar tanto a nivel sensorial como conceptual. Luego, esta fluidez de procesamiento se interpreta como una evidencia de verdad que legitima la afirmación[1].
Este proceso mental, que ya ha sido largamente descripto y analizado por la Economía del Comportamiento, se basa en un principio de ahorro de tiempo y energía. Así, nuestro cerebro privilegia la utilización de una modalidad rápida y automática que no requiere esfuerzo ni control consciente (la intuición) en detrimento del análisis, un proceso que se basa en actividades mentales más demandantes y complejas. En aras de la rapidez de procesamiento pasamos por alto los detalles de una afirmación favoreciendo la impresión general que nos deja.
Daniel Kahneman sostiene que, incluso entre los especialistas de una disciplina determinada se tienden a compartir suposiciones básicas sobre su objeto de estudio. Al parecer, la importancia relativa de ciertos temas se tiende a evaluar de acuerdo con la facilidad con la que son traídos a la memoria, lo cual viene determinado, en gran medida, por el grado de divulgación que tienen[2].
Basada en los estudios realizados hasta la fecha, Eryn Newman también sugiere que la credibilidad que le otorgamos a las afirmaciones, opiniones y conceptos que nos llegan gira en torno al origen de la información, al consenso con el que cuenta en nuestro ámbito de acción y a su compatibilidad con lo que creemos[3].
Solemos considerar que una afirmación es verdadera si nos resulta evidente o si podemos verificarla a través de un proceso cognitivo. Se trata de un principio psicológico, aunque no lógico, pues no todo lo que es pasible de verificación es verdadero. Esto nos conduce a la verdad como creencia: un concepto subjetivo, una convicción, algo que se considera cierto, pero que no necesariamente coincide con la verdad objetiva, la cual en la teoría del conocimiento se corresponde con el saber.
Conocimiento y creencias constituyen guías o mapas de la realidad esenciales para nuestra economía mental –un orden que solo existe en nuestra mente–, pero son tan poderosos que pueden entretejerse en la realidad material que nos rodea e, incluso, quedar impresos en el entorno físico en el que nos desenvolvemos.
Validar lo que creemos saber
Una particular limitación de nuestra mente puede ser comprobada en el “sesgo de exceso de confianza”, un atajo mental según el cual sobrevaloramos nuestro conocimiento y nuestras creencias por el simple hecho de que son nuestras. Somos propensos a sobrestimar lo que entendemos del mundo y a subestimar nuestra ignorancia y la incertidumbre del mundo en el que vivimos2.
Entonces, ¿cómo podemos corregir las falsas creencias y aumentar el conocimiento? Desafortunadamente, la verdad es a menudo más complicada que el mito (el cual suele implicar una simplificación considerable), y esto la pone en desventaja porque es más difícil de procesar, comprender y recordar3.
En el ámbito de las tendencias en espacios de trabajo nos enfrentamos con una variedad de conceptos muy estudiados en diversos campos. No obstante lo cual, no está exento de algunos mitos que se arrastran desde hace mucho tiempo y que hoy no solo son cuestionables, sino que han sido rebatidos por numerosos estudios e investigaciones.
Por ejemplo, durante mucho tiempo se ha dicho que el trabajo remoto no es tan productivo como el presencial (lo cual ha sido categóricamente desmentido por los resultados obtenidos durante el confinamiento forzoso impuesto por la pandemia), o que el nivel de ruido en los viejos esquemas de oficinas compartimentadas era menor que en los actuales modelos de planta abierta. Las investigaciones han demostrado que esto no es así ya que, en las oficinas en open plan, la gente es más consciente de la presencia de otras personas y se comunica en un tono de voz más bajo.
También existen estudios que prueban que no todas las sillas de la oficina deben tener ruedas. En las sillas sin ruedas la gente se mueve y se distrae menos y está lo suficientemente cómoda como para atender una reunión, pero no tanto como para querer que esta se extienda más de lo necesario. A diferencia de las sillas operativas, en las que las personas necesitan más movilidad, las sillas de las salas de conferencias y las salas de reuniones son más eficientes cuando no tienen ruedas.
Y un tópico que no podía faltar: la oficina de planta abierta, una tendencia que ha despertado encendidas polémicas y controversias pero que, finalmente, hoy sabemos que no es para todas las compañías ni para todas las personas.
Susan Cain, conferencista, escritora y defensora de la introversión y la necesidad de espacios que den respuesta a la necesidad de privacidad y concentración, sostiene que vivimos un auge desmesurado de la extroversión y la sociabilidad, de lo grupal, de la gestión de equipos, de los espacios abiertos en las oficinas y de las sesiones de brainstorming, tanto en las empresas como en la cultura en general. Se trata de una idea que ella llama el “nuevo pensamiento grupal” (new groupthink), que proclama que la creatividad y el éxito solo provienen del trabajo en equipo. En este contexto, el entorno no parece considerar las capacidades de las personas introvertidas, quienes pueden ser muy creativas e innovadoras si consiguen tener la privacidad y el aislamiento adecuados[4].
Lo cierto es que la adopción sin reservas de la oficina de planta abierta puede transformarse en una fuente de problemas si no se tiene en cuenta que dos personas que tienen el mismo trabajo pueden necesitar diferentes espacios para llevarlo a cabo exitosamente.
La cantidad de asunciones irreflexivas con las que lidiamos en nuestro trabajo diario puede resultar abrumadora. Por lo tanto, es importante recabar información veraz para transformarla en conocimiento antes de tomar decisiones. Y ser cautos a la hora de adherir incondicionalmente a las afirmaciones que tienden a instalarse tan fácilmente en esta época de sobreinformación y fake news.
[1] WANG, W. Et al. (2016): “On Known Unknowns: Fluency and the Neural Mechanisms of Illusory Truth”. MIT.
[2] KAHNEMAN, D. (2012): “Pensar rápido, pensar despacio”.
[3] SCHWARZ, N., NEWMAN, E. & LEACH, W. (2016): “Making the truth stick & the myths fade: Lessons from cognitive psychology”. Behavioral Science & Policy.
[4] CAIN, S. (2013): “Quiet: The Power of Introverts in a World That Can’t Stop Talking”.
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